He leído una carta que un niño escribe a su escuela en
sentido figurado. La carta recoge una
gran decepción que ha ido sufriendo a lo largo de los años de su
escolarización. Encierra una profunda reflexión que muchas veces los que
trabajamos en las escuelas no somos de capaces de hacer. Estamos tan inmersos en las rutinas y en la vorágine
de un curso escolar que no escuchamos, no vemos los mensajes que los alumnos
nos intentan trasladar. También es la voz de la sociedad que nos viene
reclamando algo más que cambios en las leyes de educación:
“All
I wanted you to do is to teach me about things that really matter in life.
I wanted you to
teach me about things that would really help me in my future. Instead,
you have squashed my creativity and love for learning. Instead of
giving me relevant information you have filled my head with useless
knowledge. Instead of inspiring me, you have tested me and tested me and
ultimately degraded me.
|
Todo lo que quería que hicieras es que me
enseñaras sobre las cosas que realmente importan en la vida. Quería que me enseñaras cosas que
realmente pudieran ayudarme en el futuro. En cambio has aplastado mi
creatividad y mi amor por aprender. En vez de darme información relevante has
llenado mi cabeza de conocimiento inútil. En vez de inspirarme, me has
examinado y examinado y finalmente me has “degradado”.
|
Son señales de socorro que llegan, en la mayoría de las ocasiones,
demasiado tarde. Nos justificamos mediante el currículo pero tampoco resulta
significativo y además hemos extirpado de él las emociones y hasta la propia y
simple “educación”. Por qué no nos saludamos más con verdadero afecto, por qué
no decir más “me gusta como lo has hecho”
en vez de “no sabes hacer nada”;
decir más “podemos y vamos a mejorar
juntos” en vez de “has fracasado”,
“vas a fracasar”, “no serás nada en la vida”; olvidando que
nuestros alumnos ya son personas que también tienen estima, afectos, emociones,
expectativas; por qué no practicamos más aquello de “estoy aquí para ayudarte, no para criticarte, examinarte, juzgarte,
clasificarte”; por qué no en vez de tantos gestos serios, de enfado, de
desencanto, no transmitimos más pasión por lo que hacemos, más ilusión y hasta
un poco más de amabilidad; por qué no nos ponemos más en la situación del que no
sabe, no entiende; por qué se nos olvida tan pronto que nosotros, los maestros
y maestras también somos y debemos ser aprendices y muchas veces tampoco
sabemos o no queremos o no nos interesa seguir aprendiendo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario